«El centro del mundo», una triple composición dramática de Angélica Liddell

El mundo es una mera organización de mentiras recompensadas.

La efusión de cualquier declaración de amor 

es proporcional al beneficio y a la recompensa. 

Tras una declaración de amor se esconde una gran estafa. 

Tras un halago se esconde un gran traidor.

No creas a nadie. 

Simplemente te estarán diciendo lo que quieres escuchar

para obtener su porcentaje de beneficio.

Y una vez hayan extraído la grasa suficiente,

te mandarán a la mierda para no tener que soportar tus lágrimas,

para poder vender el jabón sin remordimientos. 

 

A los sacamantecas no les gusta sufrir.

 

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Angélica Liddell (Figueres, 1966) es, entre otros, Premio Nacional de Literatura Dramática por La casa de la fuerza (La uÑa RoTa, 2011) y León de Plata de la Bienal de Venecia en 2013 «por su capacidad de transformar su poesía en un texto que agita el mundo». En 1988, mientras estudia Psicología en Madrid, escribe su primera obra introduciéndose desde entonces en el mundo del teatro, una unión inseparable que continúa indisoluble hasta la actualidad. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, rumano, ruso, alemán y portugués.


Angélica Liddell abre la sección teatral de Mujeres Reseñando, y lo hace con una pieza tridimensional que no deja indiferente. Tridimensional porque este centro del mundo que nos propone la autora se compone por tres obras de teatro, diferenciadas entre sí, que sin embargo engendran un todo con sentido que alcanza el círculo perfecto con la última página del tomo. Tres temáticas diferentes (la madurez, la emigración a un país extranjero y el miedo al abandono) que colisionan en un lugar común: la eterna desdicha humana producida por el entorno. A pesar de tratarse de teatro, las obras se leen con una facilidad pasmosa, resultando en muchas ocasiones más poéticas que teatrales. Es por ello que El centro del mundo se antoja una obra (o mejor dicho, un conjunto de obras) difícil de representar, con una gran cantidad de monólogos, reflexiones abstractas y escasas interacciones entre personajes. No obstante, esto ayuda al lector a introducirse por completo en un género complicado, como es el teatro.

Si algo define a este libro de Angélica Liddell es la intensidad. Dramas intensos y cargantes, que angustian al espectador sin, por ello, dibujar un ambiente irreal. La autora es capaz de profundizar en las preocupaciones más universales, haciendo de estas piezas obras totalmente humanas. Son, a pesar de ello, relatos muy poco policromados: es el gris lo que prevalece en estas historias de lo eterno y lo miserable. Entre los tópicos fundamentales de estas obras nos encontramos la pérdida de la inocencia, la decepción, la búsqueda del yo (sin final feliz), el desamor, el egoísmo o el destino trágico de la raza humana. Las tres obras son pequeñas joyas, pero destaca especialmente la última, Todo el cielo sobre la tierra (El síndrome de Wendy) como un enorme lienzo de la humillación de la persona por el miedo a la soledad. Algo desolador y tremendamente real; tanto que hace saltar las lágrimas. La estética es muy moderna y tiene un color de voz especial, pero resulta en muchos puntos similar a las grandes tragedias griegas debido a esta temática tan ligada al fatalismo del destino y las preguntas existenciales del ser humano.

Rendido ante Angélica Liddell, el lector no puede más que afirmar su genialidad. E incluso ante ello – como ante todo – la autora catalana susurra: Desconfía.

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El centro del mundo está publicado por La uÑa rota.

«Criaturas abisales», la ópera prima de Marina Perezagua

Mis visitas comentan esa holgura y elogian las facilidades del hospital como si se tratara de un hotel. Eso es porque los que me han querido mucho, que son ya los únicos que siguen viniendo, se han vencido ante tres palabras que quedan como último recurso de los desafortunados: podría ser peor. Uno se ahoga igual en un pozo de dos metros de profundidad que de cien. La agonía es una esponja que cuando se empapa ya no absorbe más. Yo estoy empapada; más allá tan sólo la muerte, el único cambio que modificaría mi situación y, sin embargo, el más aborrecido por mí. Muerte, te aborrezco. Ojalá fueras persona para poder escupirte a la cara. Ojalá yo también fuera persona para poder escupirte a la cara.

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Marina Perezagua (Sevilla, 1978) es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla. Durante cinco años impartió clases de lengua, literatura, historia y cine hispanoamericanos en la Universidad Estatal de Nueva York, donde cursó su doctorado en Literatura. Actualmente, es docente en la New York University, actividad que compagina con la escritura. Ha publicado en diversas antologías y revistas literarias, tales como Renacimiento, Sibila o Carátula, además de ser autora de los libros de relatos Criaturas abisales y Leche, ambos publicados en España por Los libros del lince.


Marina Perezauga comenzó, y comenzó fuerte. Y con un género nada fácil de encarar, como es el de los relatos cortos. Relatos cortos que se introducen en la mente del lector como una suerte de pantallazos de vidas, de algún modo, interconectadas; tal vez por esa capacidad para lo extraordinario que recorre a todos los personajes de la autora. Definir Criaturas abisales es complicado, ya que, además de en el del relato, no se encuadra en ninguno otro género. La escritora sevillana imprime su propia imprompta a toda una serie de personajes que se salen de lo común, cuyas historias distan mucho de ser reales y no por ello dejan de parecer realistas. Si bien muchos de los relatos poseen un claro matiz fantástico (una lengua sin dueño aparente que se introduce en las partes íntimas de una mujer en un avión), no es la fantasía lo que define a este conjunto de relatos. Es más bien una hipérbole de lo exageradamente humano; de los deseos, de las fricciones. De lo que podría pasar pero nunca pasa, tal vez porque parece irreal, o tal vez por que lo es. Sea por lo que sea, Marina Perezagua pone a prueba los límites de lo verosímil, siempre manteniéndose en la fina línea entre la ficción y unos personajes que, aunque estrambóticos, pueden producirnos empatía. No es un libro fácil de leer, no porque no esté escrito de forma sencilla, sino porque los argumentos son muy originales y sugerentes. Cada relato parece ser la fotografía de un largometraje enorme del que conocemos una mínima parte. De este modo, la andaluza consigue sorprender con una primera obra en la que construye una voz fuerte, original y muy muy intensa. Tanto, que a pesar de lo abisal, nos entran ganas de seguir sumergiéndonos.

CRIATURAS ABISALES

Criaturas abisales está publicado por Los libros del Lince.

«El claroscuro del pingüino», una potente antología de Mary Jo Bang

AY, QUERIDO, QUÉ PROBLEMA PODRÍA HABER

 

Louise dejó salir al otro primero. 

Pasaron por el molinete de a uno: una oveja,

dos ovejas. Era demasiado demasiado:

la mano dócil sobre la barandilla, 

 

palomas insistiendo primero en esta dirección, después

en ésa. 

La música a través de una vereda con cortinas. 

A ella le hubiera gustado escapar por ahí, pero hoy era

una traidora. 

¿Era justo? La gravedad sujetándola

 

mientras el silencio la avergonzaba. 

Increíble, dijo, que incluso el pie atado camina

si no hay más remedio, arrastrándose de un modo

económico – 

y se ensucia y se raspa. Y la mente no descansa nunca;

 

incluso al dormir, imita a la madre o al desorden. 

Un momento de distracción

y la mancha verde en la pared se convierte en un mapa

con relieve

de Kansas. ¡Escucha!

 

¿Fueron esas las cuerdas de una orquesta?

¿O la melodía de un próximo espectáculo?

Louise suspiró. Es verdad, dijo,

algunas sumas no son fáciles de calcular. 


 

Mary Jo Bang nació en 1946 en Missouri, Estados Unidos. Es autora de numerosos libros de poesía, entre ellos Apology for Want (1997), que recibió el premio Katherine Bakeless Nason; Louise in Love (2001); The Downstream Extremity of the Isle of Swans (2001); Elegy (2007), ganador tanto del National Book Critics Circle Award como del Alice Fay di Castagnola Award; y The Bride of E (2009).

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Mary Jo Bang es de esas autoras tan fántásticas que ni procuran las palabras grandilocuentes ni las historias épicas para ser, como decía Cortázar, «un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio». Podría, en ese sentido, parecerse a otras grandes, como Wislawa Szymborska. En El Claroscuro del Pingüino no sólo adivinamos sino que nos sumergimos en esa atmósfera de errores cotidianos, de pequeños deslices, de lo anecdótico. Lejos de que estos detalles tengan poca relevancia o de que su estilo sea naturalista, Bang consigue crear a través de ellos las fisuras que quiebran la aparente estabilidad de la vida. En estos compartimentos aparentemente independientes, que comienzan con roces, con objetos, con pequeñas acciones, se esconden los grandes temas de su poesía, que no son precisamente livianos: las relaciones en grupos sociales, el sentido de la vida, la búsqueda del propio yo, el amor y su significado y – en gran parte, aunque no explícita – la muerte, omnipresente en la obra de la autora desde la muerte de su hijo por sobredosis hace ya diez años.

La escritura, a pesar de lo intenso de sus temas, resulta liviana, fácil de comprender; tiene guiños al arte pop y a la cultura mainstream y es, más que fónica, plástica. Los poemas de Mary Jo Bang pueden modelarse, van contando historias pasadas por el tamiz de un plano corto, cercano, más próximo al núcleo de lo que creería el lector/espectador. En El claroscuro del pingüino podemos, además, apreciar a evolución de su escritura, en orden inverso a su redacción (de más reciente a más antiguo) por petición expresa de la autora. Todo esto aderezado con una preciosa edición, bilingüe y muy manejable, que representa la primera antología de la autora en lengua española.

 

El claroscuro del pingüino está editado por Kriller71 Ediciones.

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