«Ahora, escribo,» un viaje por la escritura y la muerte de la mano de Lolita Bosch

Y así, finalmente, escribiendo La familia de mi padre, entendí que las palabras, en los mundos cerrados, silentes, que no quieren violentar su propio lenguaje para ver quiénes son, tienen, más que significado, contexto. Y eso fue lo que me hizo escribir como si padeciera una enfermedad que no lograba diagnosticar pero que tenía la urgentísima necesidad de bordear para curarla y verlo todo desde un lugar distinto.


Lolita Bosch (Barcelona, 1970) es, tal y como afirma en su página personal, «un experimento literario no terminado». Ha vivido, además de en Cataluña, en Estados Unidos, México y la India. Es licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona, diplomada en Escritura Creativa, posgraduada en Letras Mexicanas por la UNAM y doctoranda en la Universidad de Barcelona. Dos de sus obras se han adaptado al género cinematográfico, la primera tras recibir el Premio Especial del Jurado del Festival de Cine de San Sebastián, Elisa Kiseljak, y M, con el título «La Por» (El Miedo). Dirige desde 2006 el Colectivo FU de literatura. Entre sus obras más importantes se encuentran La persona que fuimos (2006), La familia de mi padre (2008) o Campos de amapola (2013), esta última acerca de las muertes por narcotráfico en México.

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Ahora, escribo, es más que un ensayo acerca del proceso doloroso de la escritura. Es también, de alguna manera, una metanovela que nos abre camino a las emociones más intensas suscitadas antes, durante y después del proceso de escritura de su anterior novela, La familia de mi padre.

Esta obra supone, al mismo tiempo, una necesidad y una enfermedad. Su presencia en el ensayo es constante, a través no solo de alusiones sino de referencias en forma de hipotexto, es decir, de fragmentos de la anterior novela que sirven para ir ilustrando un ensayo autobiográfico de increíble fuerza. Una fuerza que se desprende de una pérdida dolorosa, a la que le acompaña una reflexión autobiográfica acerca de la escritura junto con fotografías. Porque la escritura es visión y refugio, pero también la imposibilidad de cartografiar la realidad.

Para Lolita, el lenguaje sirve para reconstruirlo todo, y fundamentalmente a ella misma. Por esa misma razón, la escritura de la novela supuso la evidencia absoluta, rotunda y radical de la muerte de su padre. Solo hasta entonces, hasta que el proceso de escritura hubo terminado, no fue plenamente consciente de aquel terrible episodio que, inevitablemente, recuerda en Ahora, escribo, como si aún fueran necesarios unos últimos apuntes teóricos que rescataran la actualidad de ese dolor. De alguna manera, nos dice, su padre murió en el momento exacto en que entregó La familia de mi padre a los editores.

Pero la escritura no es, en este caso, un proceso sanador, sino lacerante. Que la escritura no es aprendizaje, sino tiempo convulso. Así, la realidad se vuelve cobijo, aun sin estar exenta de peligros: la realidad, cuando la escritura me agrede, es todo lo que queda afuera. Fuera, precisamente, de todo ese proceso que ocupa hasta las horas más intempestivas de la autora. Quizá de ahí el título: Ahora, escribo, remitiendo a la verdadera escritura: aquella que se termina convirtiendo en enfermedad.

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Ahora, escribo, fue publicado por Periférica en 2011.

«El color de agosto» de Paloma Pedrero y la experiencia femenina

Laura.- No sé… No sé… (Bebe.) ¿Sabes una cosa? Esto me gusta. ¿Sabes otra? Estás nostálgica como un muerto. Sí, estás como muerta. Joven, muy joven, bonita, pero… La fama y el dinero te han hecho demasiado perfecta. Increíblemente perfecta.
María.- Tú estás vieja.
Laura.- ¿Te alegras?
María.-(Ríe.) Sí.
Laura.- Pero estoy viva. Mira, mírame.
María.- Y sigues siendo mala.
Laura.- ¿Sigo? No has cambiado nada. Sigues necesitándome.
María.- Ya no. He continuado sin ti y lo tengo todo. Tú la grande, la genial,  Laura Antón, ¡plaz!, al pozo.
Laura.- Y sin embargo me sigues necesitando.


Paloma Pedrero nació en Madrid en el año 1957. Es actriz, directora y autora teatral. Se licenció en Sociología (UCM) y se diplomó en Psicología Gestáltica (Instituto de Florencia). Ha publicado y estrenado más de treinta obras. Algunas muy famosas como: La Llamada de Lauren; El Color de Agosto; Besos de lobo; La isla amarilla; Locas de Amar; Una Estrella; Cachorros de negro mirar; Beso a Beso, Caídos del cielo; En la otra habitación. Sus obras han sido traducidas a quince lenguas y se representan habitualmente en teatros de todo el mundo. Esto la convierte en una de las figuras del teatro español contemporáneo más importantes.

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El color de agosto, escrita en 1987, es una de las primeras obras de teatro de la madrileña. Muestra el reencuentro de dos amigas, María y Laura, tras ocho años de separación. La autora nos conduce a través de un juego metateatral en el que las protagonistas, víctimas de una amistad destructiva y emocionalmente dependiente, se empeñan en ocultar su identidad y su situación actual por su incapacidad para sincerarse. Asistimos así a un ingenioso juego de «teatro dentro del teatro».

Mediante esta técnica plantea el cuestionamiento de conceptos como triunfo, felicidad o autorrealización. Desemboca, así, en  un problema de carácter ontoepistemológico que nos obliga a preguntarnos por los pilares que sustentan al individuo como sujeto determinado por la sociedad. Se pone de manifiesto en las diferentes vías desde las que abordan ambos personajes su situación y cómo deciden resolverla.

Todo esto en un espacio y tiempo que concentran al máximo la tensión dramática. Tanto es así que la acción transcurre en unas pocas horas y el escenario se reduce a un pequeño estudio decorado con lienzos y esculturas plagados de símbolos que dan pistas de la intención última de Pedrero. La autora transporta, de esta forma,  al receptor a una de las obras más plásticas y visuales que he leído jamás.

Esta obra es, por todo lo dicho, una acertada y valiente forma de introducirse en la esfera privada de la experiencia femenina. Imprescindible lectura.

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El color de agosto fue publicada por la Editorial Antonio Machado en 2006.

«El dedo en la boca», una inquietante novela de Fleur Jaeggy

JOCHIM: (…) La niña puede divertirse como le plazca, no hace falta inculcarle nada de nada. Ni tampoco que yo abuse de mi autoridad para hacerle llevar esas ridículas prendas de colores con encajes y lazos en la cabeza y obligarla, pobrecita, a hacerse la simpática, la amable y la pequeña bien educada antes de haber cumplido cinco años. (…) En todo caso me interesan sus actitudes, que no sé bien de qué dependen. Supongo que de sus propias necesidades.


Fleur Jaeggy (Suiza, 1940) es escritora y traductora. Utiliza la lengua italiana, puesto que reside en el país desde hace varias décadas. El dedo en la boca (Il dito in bocca) fue su primera novela, publicada en 1968 y hasta ahora, inédita en español. En 2001 publicó Proleterka, aclamado por The Times Literary Suplement como el mejor libro de 2003. En la ciudad de Milán colaboró con la Editorial Adelphi, la cual ha publicado la totalidad de su obra literaria en italiano. En su ambiciosa labor traductora, abordó autores de la talla de Marcel Schwob, Robert Walser o John Keats. Es considerada una autora de culto y sus novelas metafísicas, puesto que la acción suele transcurrir en el interior de los protagonistas. La novela que reseñamos hoy no es una excepción.

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Alrededor de El dedo en la boca surgen demasiados interrogantes. Catalogarla es encerrarla en definiciones inútiles, porque apenas existe trama o linealidad; casi no hay historia, solo trazos, esbozos. Puede que Jaeggy pretenda, más bien, crear una atmósfera inquietante, casi indecible. Una atmósfera extraña para nosotras, aunque no para la protagonista, Lung, de la que apenas sabemos que aún conserva la manía de meterse el dedo en la boca.

Jaeggy se diferencia por introducir una sorprendente multiplicidad de voces narrativas que podría explicarse, quizá, por el desequilibrio mental de Lung. O por la neutralidad inculcada por el tío Jochim, quien no pretende educarla de acuerdo a los roles femeninos de género. Puede que sea una metáfora de la dificultad para verse a sí misma desde fuera, dificultad que, por otra parte, todas podemos compartir. Al mismo tiempo, la obra se construye a través de fragmentos inacabados: como si hubiera alguna cámara que fuera encontrándose, una y otra vez, con situaciones completamente descontextualizadas. Situaciones que remiten a una ruptura casi total de la individua con el entorno social y sus convenciones. El sentido, sin embargo, adquiere una tenue presencia cuando conoce a Natham, neutral genéricamente como ella: cuando lo conocí a usted, no es que yo me explicara la singularidad de cada uno, por favor, pero encontré un orden, un sentido. 

El dedo en la boca es una grieta necesaria en la literatura, y también una apuesta literaria muy arriesgada. Precisamente por esto puede no ser comprendida y disfrutada por el gran público, ya que su lectura es, cuanto menos, confusa.

Para que podáis acercaros con otros ojos a la autora os dejamos un enlace titulado Cómo leer a Fleur Jaeggy, y un magnífico artículo de Enrique Vila-Matas, Educando mujeres correctas.

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El dedo en la boca ha sido publicado por Alpha Decay en septiembre de 2014.

*Biografía basada en: Trabalibros

El doble como estrategia de denuncia en “Cuando las mujeres quieren a los hombres”, de Rosario Ferré

Tú fuiste el culpable, Ambrosio, de que no se supiera hasta hoy cuál era cuál de las dos, Isabel Luberza recogiendo dinero para restaurar los leones de yeso de la plaza que habían dejado de echar agua de colores por la boca, o Isabel la Negra, preparando su cuerpo para recibir el semen de los niños ricos, de los hijos de los patrones amigos tuyos que entraban todas las noches en mi casucha alicaídos y apocados, arrastrando las ganas como pichones moribundos con mal de quilla, desfallecidos de hambre frente al banquete de mi cuerpo; Isabel Luberza la Dama Auxiliar de la Cruz Roja o Elizabeth Black, la presidenta de los Young Lords.

(“Cuando las mujeres quieren a los hombres”, Papeles de Pandora, 1976)


Rosario Ferré (1938) es una de las principales escritoras puertorriqueñas, quizás la única que goza de reconocimiento fuera de su país. Es autora de numerosos libros de relatos y novelas, así como de ensayos y poesías. De su producción destacan, sobre todo, Papeles de pandora, La casa de la laguna y A la sombra de tu nombre. Al pertenecer a una de las familias mejor posicionadas de la isla, su obra representa un ataque frontal a la burguesía del momento y a la estructura patriarcal. Recibió el premio “Liberatur Prix” en Frankfurt, Alemania, en 1992.

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En este relato, Rosario Ferré nos muestra, mediante una elaborada técnica en la que el punto de vista del narrador intercala la perspectiva de las dos mujeres protagonistas, la ruptura silenciosa de los roles de género. En el texto asistimos a la narración de las vidas de la mujer y de la amante de Ambrosio tras la muerte de este. La trama del cuento nos aleja de las clásicas narraciones en las que el hombre es siempre el personaje central para adentrarnos en las desventuras del personaje femenino, que suele ser secundario y un mero apoyo para definir al principal.

Ferré comienza con una muerte al más puro estilo de “El aleph» de Borges: anunciando el fallecimiento de Ambrosio, que se convertirá, al igual que Beatriz Viterbo, en un peculiar McGuffin, ese elemento que no está presente pero que condiciona toda la trama. Lo más interesante es que no es un juego puramente narrativo o estilístico: traspasa la estructura literaria para convertirse en un símbolo del androcentrismo de la sociedad. La autora nos muestra a estas mujeres que representan los dos esteorotipos clásicos: el ángel y el demonio, la donna angelicata y la femme fatale, la señora y la prostituta, la blanca y la negra. Lo que se propone es evidenciar cómo los roles que adoptan las mujeres han sido reducidos a una simple oposición binaria que no parte de ellas, sino del punto de vista masculino. 

La autora utiliza, en un magnífico juego de deconstrucción cultural, la figura del doble para integrar en uno los dos tipos de mujeres que han sido reconocido. Ya en la cita que utiliza como epígrafe del cuento, “Conocemos solo en parte y profetizamos solo en parte, pero cuando llegue lo perfecto desaparecerá lo parcial. Ahora vemos por un espejo y oscuramente, mas entonces veremos cara a cara”, se pone de manifiesto. Son personajes a los que Ambrosio, como representante simbólico del poder patriarcal, ha hecho imperfectos, incompletos, maniqueos. Y son personajes que aprenderán, a lo largo de los años, a vencer el rol impuesto y a vengarse mediante la transgresión del orden. Imprescindible.

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Papeles de Pandora fue publicado por la Editorial México en 1976.