¿Por qué?
Esa es la pregunta del dolor.
¿Por qué?
¿Por qué nos cargaste de sufrimiento si no nos diste fuerzas para soportarlo?
¿Por qué?
¿Por qué me arrancaré la carne con mis propios dientes y seguiré amándote?
¿Por qué?
¿Por qué no me quitas la rebelión?
(“Te haré invencible con mi derrota”)
Angélica González, más conocida como Angélica Liddell, nace en Figueras en el año 1966. Es dramaturga, poeta, directora y actriz. Ha publicado varias obras, entre las que destacan Perro muerto en tintorería y La casa de la fuerza. Ha recibido, además, numerosos premios como el Nacional de Literatura Dramática en 2012, el León de Plata de la Bienal de Teatro de Venecia 2013 y el Valle Inclán de Teatro en 2007. Es, sin lugar a dudas, una de las voces literarias más internacionales de nuestro panorama actual.
La editorial La uña rota publicó en un solo volumen tres fantásticas piezas de Liddell: Anfaegtelse, Te haré invencible con mi derrota y La casa de la fuerza. Un conjunto que constituye una magnífica síntesis de la forma de afrontar un mundo que la autora considera perverso e injusto, un mundo que la reduce y la supera. Según Roberto Bolaño –cuyas palabras, aunque hablen de sí mismo, no paran de recordarme a Ángélica–, la obra es un perfecto collar de granos de arroz en donde cada uno lleva un paisaje pintado, y hay que tener la suficiente fortaleza de ánimo como para asomarse y descubrir el abismo y el vértigo, la pequeñez del ser y su ridícula voluntad.
Podría decir un sinfín de cosas sobre Angélica. Que su obra, que aspira a la catarsis a través del dolor corporal, devasta. Que pretende hallar la libertad que desafía las convenciones en todas las facetas de la vida, pero especialmente en el amor. Y es que no podemos obviar que el amor es el centro indiscutible de estas tres obras, ese amor que debería ser igualitario y cuyo mal uso o ausencia acaban en desastre, formando seres incompletos e inmundos. Ella proclama la necesidad de un amor bien entendido, que se traduce en empatía, comprensión, solidaridad, libertad y cariño. Algo que debe estar presente en todos los rincones de nuestra existencia.
Se encuentra en la línea de un teatro experimental en el que no hay presentación, nudo o desenlace y que está marcado por el conflicto. Presenta personajes desdibujados, marginales, que parecen incomunicados, sin capacidad para interactuar y que se dedican a expresarse a través de monólogos, a veces caóticos, que salen desde el mismo centro del dolor y la angustia vital. Anfaegtelse tiene como claro referente a Kierkegaard. Este filósofo usó la palabra, que etimológicamente significa angustia e inquietud, para definir el horror y la crisis espiritual ante el absurdo. Y es precisamente esto lo que Liddell denuncia. Esta obra se compone de un largo monólogo en que la voz literaria se nos muestra como producto monstruoso del comportamiento coercitivo de sus padres, que son una metáfora de una sociedad con convenciones estúpidas.
En una línea parecida se presenta Te haré invencible con mi derrota. Es otro largo monólogo en el que, esta vez, denuncia la injusticia natural. En ella le habla a un personaje célebre, la violonchelista Jacqueline Du Pré, que se vio obligada a dejar de dedicarse a la música a causa de una terrible enfermedad degenerativa. Es un grito estremecedor y rabioso que lanza preguntas que nunca obtienen respuesta “¿Por qué nos cargaste de sufrimiento si no nos diste fuerzas para soportarlo?” y que equipara el dolor espiritual de la autora con el dolor físico de la británica.
Por último, encontramos La casa de la fuerza. Esta es una pieza mucho más larga que las dos anteriores y que, por tanto, desarrolla de forma más amplia las ideas que maneja. Es aquí cuando la opresión social se materializa en un sujeto concreto: el hombre, pero como individuo que forma parte de una cultura opresiva que se reproduce en las canciones pop edulcoradas y en las películas de Jennifer Aniston. Nos presenta una serie de historias a través de algunos personajes femeninos que se desnudan para mostrarnos la cara más amarga de las relaciones de pareja y que culminan con varios casos de feminicidio en Méjico. Y muestra el ejercicio físico como recurso para superar su dolor espiritual: “Descubrí que la extenuación física me ayudaba a soportar la derrota espiritual. Me agotaba. Eran ejercicios de preparación para la soledad. Eran ejercicios de no-sentimientos para aniquilar el exceso de sentimientos. Pero poco a poco la soledad se impuso violentamente a la fuerza, y a partir de ahí la pelea entre la soledad y la fuerza fue salvaje. De modo que la fuerza me permitió ahondar en la fragilidad, la imperfección, la debilidad y la vulnerabilidad”. La casa de la fuerza es el lugar donde no somos amados y nos vemos obligados a compensarlo con la extenuación física.
Angélica Liddell es una experiencia necesaria. Su teatro contiene una profunda carga existencialista que pretende, como decía Artaud, impactar violentamente en el espectador para incitarlo a la acción. Nos transmite una serie vertiginosa de pontentísimas imágenes que acongojan y que pretenden hacer hincapié en las partes más crudas del sujeto social. Son unas piezas que, en vez de construir, destruyen. Angélica plantea una obra que es, más que un punto de partida, la consecuencia de la situación injusta y dolorosa que pretende arrasar.
Este volumen fue publicado por La uña rota en 2011