Treinta y seis mujeres respiran en el poemario de Gema Palacios

Al pasar las páginas de este libro, pareciera que el lector leyera las propias líneas de su mano o las paredes de una habitación silenciada en su corazón. Uno se mira con catalejo hacia el interior. Y respira. Aunque se sienta frío –y se dialoga con Marina Tsviétaieva en algún rincón de Moscú-, aunque se toque hielo –la conversación termina en la habitación de Alejandra Pizarnik-. La vista percibe a través de estos versos cómo el invierno se derrite y se transforma constantemente en un nuevo jardín florido o en una nueva Siberia, sin desaparecer, pero sin doler.

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Yo querría atravesar el silencio con las uñas que me faltan

 

Es posible dejar de amar los detalles de los nombres

es absurdo dejarse amar por un resplandor de invierno

Voy a trazar un gesto             cerrar las cortinas      morir un poco.

 

Desde la intimidad más profunda a las confusiones más humanas, todo está reunido en este poemario que roza la fibra del lector, y aprieta. La disposición de los versos en el espacio da la sensación de expansión, y en cualquier momento una se da cuenta de que las palabras se cayeron del borde de la cama.

[…] Yo quiero tener sed de mí misma.

Autoafirmarse ante la soledad como esa criatura que nos visita de tanto en tanto. El recuerdo, el olvido, los claroscuros todo el tiempo caracterizan los poemas que nos trae la autora. Treinta y seis mujeres es esta pulsión universal en el sentir de las personas, una voz que nace de lo escrito por otras voces. Una mesa donde la poesía se sienta a tomar el café.

Acaso es la rabia quien me habita

o el deseo

el deseo de una rabia ya lejana

No me miento

Todo corazón tiene claroscuros.

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Donde todo termina abre las alas, el vuelo de Blanca Varela

Quizás solo a través de un poemario que reúna la poesía de 51 años completos de la escritora peruana Blanca Varela pueda uno tener una panorámica de la paleta de sensaciones que la autora transmite con palabras perfectamente elegidas. No hay signos de puntuación que separen sus versos, ni puntos finales que lo terminen; no hay comienzos ni palabras en mayúscula, solo un poema en proceso que te deja expectante, pendiendo de una imagen proyectada desde la fuerza de la palabra.

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“[…]

y que nosotros

los poetas los amnésicos los tristes

los sobrevivientes de la vida

no caemos tan fácilmente en la trampa

y que

pasado presente y futuro

son nuestro cuerpo

una cruz sin el éxtasis gratificante del calvario

y que no hay otra salida

sino la puerta de escape que nos entrega

a la enloquecedora jauría de nuestros sueños

[…]”

Así como no hay principio ni final, no hay nacimiento ni tumba, ni causa ni lugar, solo una luz efímera, una estrella fugaz que así como vino se fue, dejando una incertidumbre como estela, un sonido más atractivo que el silencio que nos impregna por cada poro. Tal vez sea necesario recordar algunas palabras que el poeta mexicano Octavio Paz le dedicó a nuestra escritora con las que insistía en que “la poesía de Varela es una conquista del silencio mismo, así como el canto solitario de una muchacha peruana, el más secreto y tímido, el más natural”.

En varias ocasiones, y como suele suceder con la poesía en general, lo importante no es tanto lo que la palabra significa, sino lo que suscita. Blanca hace uso de la palabra flor, por ejemplo, con mucha frecuencia a lo largo de sus páginas; sin embargo, pocas veces la flor es una planta: es crimen, es trampa, es pájaro, es cristal, puede ser todo lo que uno recree en su pensamiento, aunque la flor de Varela se mantenga secreta en los confines del Perú.

“sé que un día de estos

acabaré en la boca de alguna flor”

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Blanca Varela nació en Lima en 1926 y es considerada una de las voces más importantes de la generación peruana de los años cincuenta y de toda América Latina. Estudió Letras y Educación en la Universidad de San Marcos y a partir de 1947 empieza a colaborar en la revista Las Moradas, lo que le permite entrar en contacto con la vida artística y literaria del momento. Vivió largas temporadas en París, Florencia y Washington, pero fue Lima la ciudad que cobijó su último suspiro en el año 2009.

 

Leonora, la artista que relincha en cada párrafo de Elena Poniatowska.

“La quemaron tres veces los inquisidores de Inglaterra, Francia y España. Pero ella salió cada vez más limpia del fuego hasta convertirse en una delgada varilla de metal precioso. Porque ella es la pintora que más se parece a sus pinceles. Y hay quien dice que pinta con las kpestañas.”

Elena nos presenta en todo su esplendor un acercamiento a la imprevisible y enrevesada vida de Leonora Carrington, nacida en el lecho de una aristocrática y conservadora familia inglesa, de la que escapará montada en un pincel, mientras el resto de mujeres utilizan el mismo artilugio para barrer el suelo. Con las crines al viento, Leonora es, desde que es una niña hasta que llega a casi un siglo de vida, una yegua indomable, libre por naturaleza y comprendida únicamente por los animales con los que mantiene un vínculo especial.

Directa en sus críticas, segura de sí misma  gracias a su gran temperamento, Leonora revoluciona los círculos surrealistas desde sus inicios, hasta entonces viciado y cerrado a las mujeres. Es allí, en las primeras exposiciones internacionales del movimiento surrealista, en Londres, que se acerca a los artistas que comparten, para su sorpresa, el mismo mundo que ella; y no solo se sentirá acogida en él, sino que lo encabezará de la mano de Max Ernst. Más tarde, incluso al reconocido alemán le quedará demasiado grande esta mujer.

Leonora nos demuestra, con la pulcra y fluida prosa de Poniatowska, que se puede resucitar y resistir tantas veces como quiera una seguir viviendo, porque eso le ocurría a ella: tuviera la edad que tuviera, Leonora era siempre demasiado joven para rendirse a la sombra de la muerte. De una Francia sumida en el caos de la Segunda Guerra Mundial, a las torturas del manicomio en España, llega a Nueva York y a México hecha de acero, manifestando que lo único que puede darle amparo es un lienzo o la tinta de una pluma. Cayó en picado en el más hondo sufrimiento, y regresó del abismo cuando nadie lo creía posible. Una vez que se tocan los subterráneos más profundos de sí misma, ya no se le teme a nada, ya no se puede perder nada, y es entonces cuando el arte sale a flote, como un salvavidas que se infla en nuestro pecho.

“- ¡Todo ese endiosamiento de la mujer es puro cuento! Ya vi que los surrealistas las usan como a cualquier esposa. Las llaman sus musas pero terminan por limpiar el excusado y hacer la cama.”

Por otro lado, el nombre de Leonora apenas se lee tras la enumeración de todos los pintores surrealistas que formaron parte de dicha corriente, de gran talento, pero aun así eclipsados por la imagen de esta mujer, madre y revolucionaria. Inspiración para Ernst, sí, musa, quien quiera así denominarlo, pero desenvuelta por sí misma, con talento propio y sin esconderse. Leonora, junto a sus compañeras contemporáneas como Remedios Varo, Kati Horna, Leonor Fini o Lucero González, por mencionar algunas, demuestran su fortaleza a través de cuadros, fotografía o literatura; detrás de ellas, una estela de admiración marca su paso.

Un paseo por una de las vanguardias más llamativas del siglo XX y, a la vez, un cautivante viaje en cohete por las turbulencias de una mujer que persigue lo que quiere sin importar la altura de la pared que se interponga; una mujer no tan distinta a la que la mayoría llevamos dentro.


biografia

Elena Poniatowska (París, 1932), a pesar de estar destinada a casarse con un príncipe europeo debido a sus raíces en la corona polaca, se dedicó al periodismo tras refugiarse en México a causa de la Segunda Guerra Mundial. Reconocida con numerosos premios como el Premio Nacional de Periodismo (1979), el Premio Biblioteca Breve por Leonora (2011) y el Premio Cervantes de Literatura (2013), entre tantos otros, ha sido nombrada Doctora Honoris Causa por ocho universidades. Compaginando su labor periodística con la literaria, ha escrito múltiples obras entre las que destacan Hasta no verte Jesús mío (1969), La noche de Tlatelolco (1971), Tinísima (1992), Leonora (2011) y una serie de cuentos reunidos en De noche vienes (1979) y Tlapalería (2003).

Fotografía de Elena Poniatowska extraída de: http://www.fundacionelenaponiatowska.org/biografia.html
Editorial Seix Barral http://www.planetadelibros.com/editorial/seix-barral/9
Texto y foto de cubierta del libro de Katya Vázquez Schröder