La reflexión sobre el horror en «El triángulo azul» de Laila Ripoll

Azul como el cielo azul es el triángulo de España


Laila Ripoll Cuetos es una dramaturga y directora de escena que nace en Madrid en 1964. Sus obras, que han sido traducidas a varios idiomas, gozan del reconocimiento tanto del público como de la crítica especializada. Entre estas destacan Atra Bilis, La ciudad sitiada, Los niños perdidos o El día más feliz de nuestra vida. En 1991, junto con José Luis Patiño, Mariano Llorente y Juanjo Artero, funda la compañía teatral Micomicón. Ha recibido premios como el Artemad en 2007 y el Ojo Crítico de Teatro en 2002. Ha sido, además, finalista del Valle Inclán en 2011 y del Max a Mejor Autor Teatral en Castellano en 2003.

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Un anciano, de aspecto pulcro y elegante, hace aparición en escena y empieza a hablar tras encender un pequeño aparato colgado en la pared del que emana una agradable música de Bach. “La música eleva al ser humano”, dice, “me considero, a pesar de todo, una persona buena”. Tras esto nos cuenta que, al ver la miserable situación de la Alemania de los años 30, decide formar parte de las SS. Así comienza la obra dirigida y escrita por Laila Ripoll –esto último en colaboración con Mariano Llorente–, El triángulo azul, pieza que gira en torno a la experiencia de los 7000 españoles exiliados que, tras cruzar la frontera huyendo de Franco, fueron transportados al campo de concentración de Mauthausen, un trozo de infierno situado, según dicen, en un municipio que es un reducto de verde paraíso. Llegan con las manos vacías y en sus pijamas a rayas un triángulo del color de los apátridas, de los abandonados: el azul.

Ripoll alterna de una forma perfectamente fluida tres elementos diferenciados. Por un lado, las reflexiones del anciano, Paul Ricken, que sirven de hilo conductor. Esto, además, dota la obra de una distancia reflexiva que permite no limitarse a plasmar sin más los sucesos acaecidos en el campo, pues, así, los llena de significado y provoca la reflexión sobre conceptos como el perdón, la justicia y la memoria, hasta llegar a cuestionar la idea de progreso, como sucede tras los episodios traumáticos, lo que está materializado en la evidencia de que el gusto por la cultura, o por la música clásica, no impide la crueldad y el odio. Y lo más importante: postula sobre las causas de la masacre, pues un pueblo que no conoce su historia y las razones que le han llevado al momento actual es un pueblo condenado a repetir sus errores.

Por otro lado están las escenas de la vida de los españoles y demás víctimas (y victimarios) en el campo, que giran en torno a los dos ayudantes del laboratorio fotográfico, Toni y Paco, que, a pesar de enfrentar la situación de una forma totalmente opuesta, pues el primero rebosa humor y sarcasmo y el segundo gravedad y melancolía, se unen para tratar de hacer copias de más de las fotos e intentar sacarlas del campo como prueba de lo allí sucedido. Finalmente, nos encontramos una serie de números musicales, algunos muy cómicos sobre los aspectos más horribles de la situación, que dan a la obra un aire de cabaret o espectáculo grotesco y que cantan a “el crematorio” o a “la valla electrificada”; y otros profundamente emotivos, como el “Chant des partisans”, himno de la resistencia francesa durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial: “Chantez, compagnons, dans la nuit la Liberté nos écoute”. Todo esto acompañado, además, de un grupo de músicos que tocan la flauta travesera, el acordeón y el violín, que están vestidos a rayas y que aportan una atmósfera un tanto onírica.

Esta obra es, sin duda, emocionante y lúcida a partes iguales. Nada que objetar.

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El triángulo azul fue publicado por el Instituto Nacional de Artes Escénicas y de Teatro en 2014 y se estrenó el 25 de abril de 2014 en el Teatro Valle-Inclán de Madrid.

Extrañamiento en flor. «Todo ajeno» de Natalia Litvinova

Por Carmen Diez Salvatierra

 Corte

Hay hombres con la delicadeza bruta de los pájaros.

Por mirarme abren el aire, deshilachan al viento.

Si me acerco a ellos, si logro acercarme,

me harán un corte invisible.


Natalia Litvinova (Bielorrusia, 1986) es poeta y traductora. Vive en Argentina, donde dirige la colección de traducciones de Melón editora. Coordina la sección de letras argentinas de la Revista Ombligo, y también da cursos sobre poesía y escritura acompañada de Javier Galarza. Mantiene un blog llamado «Animales en bruto» donde cuelga sus traducciones de poetas rusos. Ha publicado, además de Todo ajeno (2013) Esteparia (2010), Balbuceo de la noche (2012), Grieta (2012), Rocío animal (2013) y Cuerpos textualizados (2014), este último escrito junto con Javier Galarza.

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Algo en Natalia nos remite a la pureza. Pureza en el espíritu que termina siendo devastada, casi descreída. En el principio, una gran metáfora del error vital: Le arranco los botones a la camisa del que no la lleva. Una equivocación que nos anticipa una de las obsesiones de la autora: la complicada relación del sujeto poético consigo mismo y con sus semejantes. La poesía, entonces, se erige precisamente en salvación y espacio seguro. Replegada en sí misma, pero igualmente desolada en las relaciones sociales y afectivas.

Sus breves pero esclarecedores poemas nos remiten, casi imperceptiblemente, a una crítica emocional del feroz individualismo en nuestro mundo capitalista: Toda esta sombra perra sola como la gente. La cercanía que no deja huellas, la memoria traicionada por el olvido: Perder es un misterio. Aprendemos, casi inconscientemente, a deshacernos de todo aquello que nos hiere, para terminar viviendo en una falsa ligereza. El cuerpo es quien porta y evoca las antiguas sensaciones, quien atestigua su verdadera existencia. Quien, en definitiva, sufre el riesgo, la «marca» y las peligrosas apetencias: Me estremezco porque este cuerpo / descuidó sus fronteras / en busca de más.

De igual manera, los poemas de Natalia nos introducen a una reflexión metapoética, como si de sentencias se trataran. Su lucidez es extrema: la inutilidad de las palabras como medio de expresión de los sentimientos humanos, La intimidad se fuga con las palabras, o la escritura como trampa redentora: Escribir es ir hacia la herida para curarla con veneno.

Siendo así, la extrañeza que se desprende  de la poesía de Litvinova es fácilmente contagiosa. Extrañeza y extrañamiento o остранение, haciendo un uso no casual del concepto de los formalistas rusos. Pero cómo no sentirse desarraigada ante  la extrañeza que sigue, paradójicamente, al continuum de experiencias vitales.  La ausencia de lugar o la proliferación de lugares (in)habitables fruto de una amalgama de identidades -bielorrusa y argentina- explica quizá el carácter fragmentario de sus poemas, cercanos a la prosa poética al aparecer en frases cortas. Son pequeñas fracturas, grietas que luchan por derribar un muro impenetrable. El mundo: Ajeno como todo lo que es mío.

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Todo ajeno ha sido publicado por Vaso Roto en 2013.