Oso: una novela erótica de Marian Engel, por primera vez traducida al español

Su pelaje era tan espeso que se le perdía media mano dentro. Le masajeó los encorvados hombros. Sentarse a su lado le daba una extraña paz. Como si el oso, al igual que los libros, conociese generaciones de secretos, pero no sintiera la menor necesidad de revelarlos.

Marian Engel sorprendió a muchos lectores con la publicación, en 1976, de Oso. Los tiempos, sin duda, traían aires de cambio. El movimiento feminista había conseguido poner sobre la mesa, entre otros asuntos, el de la liberación sexual de la mujer. La novela, de clásica apariencia, narraba la historia de amor entre una joven bibliotecaria y un oso, en una enigmática mansión victoriana de la isla de Cary, prácticamente deshabitada. Con una naturalidad y una sencillez elegantes, Engel describió la natural relación creada entre estos dos seres solitarios. Seres introvertidos, en cierto modo abandonados, entre los que surge una curiosa e insospechada afectividad. Lou, la protagonista, es la que comienza este enigmático idilio, la que se siente atraída no solo por el animal, sino por lo que representa: la fuerza latente, la serenidad y el apego a la tierra. Es curioso, pero en ningún momento juzgamos a Lou cuando insta al oso a darle placer: de alguna manera, la autora consigue que nos desprendamos de unos prejuicios totalmente artificiales, de la prohibición tácita de relacionarnos emocional y sexualmente con los animales. En este sentido, Oso puso y pone sobre la mesa una cuestión espinosa, que va más allá de la zoofilia porque lo que pretende es llamar la atención sobre la vacuidad de las relaciones humanas, la frivolidad de nuestras emociones y la desigualdad entre hombres y mujeres a la hora de enfrentarse a las relaciones amorosas:

Una vez, por poco tiempo, había sido la amante de un hombre elegante y atractivo, pero siempre se sintió incómoda cuando él decía que la quería. Sentía que se refería a algo que Lou no acababa de entender y, en efecto, descubrió que él la quería si los calcetines estaban doblados y ella siempre a su disposición, si la comida era exquisita y ella no menstruaba…

Lou se sabe atraída por un animal con el que, al contrario de lo esperado, crea una complicidad, donde el cariño adquiere un significado diferente. A pesar de sus vanos intentos por relacionarse con otros humanos, como el hombre de la tienda de ultramarinos, Homer Campbell, siempre hay una lejanía insalvable. Una lejanía en la que quizá tiene mucho que ver el desmesurado nivel de progreso que hemos alcanzado, y que nos ha distanciado de la tierra, de los árboles, de la naturaleza. Es curioso, pero Engel no pretende humanizar al oso. Ni siquiera animaliza a Lou. Hay una simbiosis natural entre ambos, pues aun perteneciendo a mundos aparentemente distintos, viven en el mismo. Concretamente, en un escondite extramoral, donde no hay leyes, sino un proceso humano de autoanálisis, el de la protagonista, que culmina con una puerta abierta hacia la libertad.

¿Dónde he estado?, se preguntó. ¿En una vida que ahora podría considerarse una ausencia de vida?

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Oso se publicó en abril de 2015 gracias a la Editorial Impedimenta


 

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Marian Engel (Canadá, 1933-1985) fue una escritora, licenciada en Estudios Lingüísticos por la Universidad de Ontario y especializada en Literatura Canadiense en Montreal. Comenzó a escribir cuando tenía a cargo a dos gemelos, y en 1968 publicó su primera novela, No Clouds of Glory. Escribió, además, dos libros de relatos cortos: Inside the Easter Egg (1975) y The Tatoed Woman (1985). Tras su muerte se publicó la correspondencia que había mantenido con otras escritoras y escritores de la talla de Alice Munro o Margaret Atwood. Marian Engel fue una activista por los derechos de los escritores y fue la primera mujer en pertenecer a la junta directiva del Sindicato de Escritores de su país. Fue nombrada Oficial de la Orden Canadiense en 1982.  Oso (1976) está considerada su obra maestra, y a pesar de ser considerado una inmoralidad, consiguió ganar el Governor General’s Literary Award for Fiction en el año 1976.

«El devorador de calabazas», una novela de Penelope Mortimer

Explicar lo que sucedió entre Jake y yo es imposible, lo sé. No nos queríamos como se quiere la mayoría de la gente y, sin embargo, en cuanto lo digo pienso en los hombres y mujeres que parecen insuperables pero cuya mirada está llena de odio, hombres y mujeres que se asesinarían con todas las armas de la devoción. No es ninguna novedad y hasta he leído – bueno, en parte – «Los orígenes del amor y del odio». Eso es algo que no encontrarás en tus revistas, Ireen, aunque ahora, si sigues con vida, ya lo habrás aprendido. 


Penelope Mortimer (Rhyl, 1918 – Kensington, 1999) fue hija de un clérigo anglicano que perdió la fe. Tras sufrir abusos sexuales por parte de su padre, se casó con Charles Dimont, un periodista con el que tendría dos hijas, además de otras dos hijas fuera del matrimonio, con dos hombres diferentes. Estando embarazada de su última hija conoció a John Mortimer, escritor y abogado, con el que se casaría en 1949. Ambos tendrían frecuentes líos extramatrimoniales, que dieron lugar a varias de sus novelas como Daddy’s Gone A-Hunting (1958) o la propia El devorador de calabazas, que se adaptó a la pantalla con guion de Harold Pinter. Aunque se divorciaron en 1971, Penelope Mortimer conservó el apellido.

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En El devorador de calabazas Penelope Mortimer nos ofrece una suerte de biopic de su último matrimonio; una escena histérica y realista sobre la más común realidad de la mujer en el pasado siglo. Penelope es una mujer de clase acomodada, casada por cuarta vez con una enorme jauría de hijos a su cargo. Su felicidad parece residir en parir sin descanso, mientras que su matrimonio con Jack, un exitoso guionista (John en la vida real de la autora) hace aguas. La novela comprende básicamente el principio del fin de este matrimonio (a pesar de que, desde la primera página, el lector comprende que ese será el desenlace de la historia). Penelope, tratada por un psicoanalista debido a las múltiples infidelidades de su marido y el consiguiente resentimiento de la pareja, comprenderá la decadencia de su situación, aunque no llegará a emanciparse. Es un relato desolador, pesado; muy realista, por otra parte, y en el que todas las mujeres son cosificadas por los hombres: desde la madre, obsesionada con la crianza y tachada de trastornada, hasta las amantes, meros objetos al servicio del placer masculino. Todo esto aderezado por una escritura cuidada y perfeccionista que, aunque abusa de los diálogos, presenta párrafos remarcables que llegan a recordar a Fitzgerald.

No obstante, y a pesar de lo bueno de la temática, hay algo que le falta a esta historia. Tal vez gancho, intensidades rítmicas o un toque de intriga. Incluso el hecho de que presente argumentos en contra del machismo imperante pero no llegue a desarrollarlos explícitamente. Lo cierto es que, aunque la escritura de la autora no se pone en duda, la novela llega a resultar tediosa a ratos. La historia de Penelope (de ambas Penelopes) no evoluciona y se presenta como el retrato de una situación – agónica, muy lejana a la felicidad – que sin embargo se extiende durante más de 200 páginas. Las infidelidades del marido, el batallón de hijos y el malestar causado por los diversos problemas domésticos son una constante a lo largo de la novela, que si sí llega a resultar perturbadora, también resulta monótona. La angustiosa situación de la protagonista lo es, sin duda, pero la historia no logra sacar conclusiones de este concepto; ni siquiera nuevas acciones se llevan a cabo a partir de lo presentado, que narra en primera persona y sin embargo como espectadora la crónica de una muerte anunciada.

Una historia estupendamente escrita, con muchas potencialidades y una perspectiva (acaso) feminista que se queda al borde de la intensidad, al borde del drama, al borde de la intriga.

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El devorador de calabazas está publicado por Impedimenta.